
Estoy sentada en mi esquina favorita de la casa. Te veo salir bailando del cuarto. Ríes como un histrión. Me hablas de fútbol y de cosas que me interrumpen. No te escucho, te escudriño. Fecundo y enervado como un animal que despereza te estiras, para llegarme antes. Yo espero tu abrazo barrida por el escalofrío que te advierte. Te respiro. Hueles a lo que me apetece, y me invade un hambre atroz de cambiar mi almuerzo alto en azúcares por el gusto de tu piel salina. Pero la cerceno, no tengo prisa. Quiero que el ansia pinte el momento en mi cabeza, que el deseo lo proteja en la memoria como un barniz. Quiero que te imprimas aquí, en mi recuerdo. Y usarte luego como palanca para movilizar las ganas, para espolear el espíritu. Para reaccionar, cuando en tu ausencia, demasiado larga o interminable, me vea enredada en mis vicios… Las galletas con mantequilla por desayuno, el tiempo no celebrado, el café de ayer recalentado, la soledad.