Invierno

Tengo un edredón de Ikea que en realidad son dos diferentes unidos con corchetes que se pueden separar cuando no hace mucho frío y poner solo uno de ellos. Normalmente ese es el uso que le doy. Viviendo donde vivo, con temperaturas agradables prácticamente todo el año, no suele ser necesario mucho más. Otra compra de esas acometida como resultado de una intensa meditación de no más de diez segundos y por la que tiempo después te preguntas:  «¿Pero en qué coño estaba yo pensando con trescientos días de sol al año y una media de veinte grados de temperatura?». El caso es que cuando asoma el invierno un poco más severamente y el ambiente se torna frío de verdad (las construcciones aquí tienen muros de papel y la humedad cala inevitablemente en las casas), disfruto de un momento de placer autoindulgente a la vez que saco de la funda la segunda mitad del edredón y me ratifico satisfecha en la buena compra hice.

Ni dos minutos son necesarios para que la condescendencia se transforme en profunda tristeza. Tratando de desdoblarlo ya soy consciente. No voy a poder con los dos juntos, pesan demasiado. ¿Pero qué les ponen dentro? ¿Balitas de plomo para que no vuelen? ¡Oh dios, son solo plumas, no pájaros! ¿Cómo carajo me creo que voy a ser capaz de unirlos y ponerles la funda yo sola?  Busco en youtube, internet tiene que saber algo, esto le ha tenido que pasar a alguien antes. Encuentro algunos tutoriales de gente extremadamente mañosa y sonriente que me confirman al triple de revoluciones, cuán inútil soy yo y cómo de diestros son  ellos, porque enfundar un edredón es, hoy en día gracias a las redes, pan comido. No me queda otra que reconocer mi limitación a la hora de imitar los movimientos exactos y pulcros, y no tardo en desistir de copiar alguno de los métodos que veo, convencida de que esos edredones de los vídeos son sin atisbo de dudas mucho más ligeros que mi combinado nórdico. Me pongo manos a la obra con el modo tradicional de sudor y contorsiones. Y es entonces, metiendo un pico del edredón y mi cuerpo entero detrás tratando de alcanzar la esquina del extremo más lejano de la funda, cuando me ataca la idea de lo complicado que es ser tú en el mundo y nadie más. Todo está pensado para ser más de uno. En ese momento me siento ridícula. Quiero rendirme, renunciar al cálido confort de la doble capa, y quedarme ahí, donde estoy, dentro de la funda de la vergüenza para siempre, resignada nuevamente a otro proyecto inconcluso, saboteado por la fría consciencia de mi soledad.

Ojalá hubiera alguien aquí para tirar del otro pico y extender conmigo funda y edredones a la  vez. Alguien que frustrado por mi impaciencia me discuta con devoción la mejor forma de colocarlo sin provocarme una lesión de espalda. O que recuerde que un compi en la oficina mostró un vídeo de un tipo que lo ponía del revés y que le pareció fácil. Y que tomando el mando, busque en youtube, ahora sí, y yo le deje hacer y me deje llevar. Y por qué no, tras un vano intento, confirmada nuestra torpeza, (compartida es mucho menos embarazosa), acabemos pasando del youtuber sabelotodo para regresar a las clásicas contorsiones que ineludiblemente nos llevan a engancharnos y a rodar, ajenos al caos de sábanas y ropas que conquista nuestra cama esta mañana de sábado fría como en Siberia.

El caso es que tras el inciso autocompasivo me reactivo en modo automático, y después de un rato mucho menos largo de lo que esperaba y con un esfuerzo mucho menos intenso del calculado, consigo introducir dentro de su funda el edredón doble y convertir de ese modo, mi cama en la islita cálida y tropical desde la que planeo enfrentar el atroz invierno que se nos viene.

Sí, la vida es complicada a veces para los lonelys. Nos habituamos a que todo dependa de nosotros, a no contar con ayuda en muchas situaciones para las que los acompañados siempre la tienen. Ni siquiera somos capaces de ver que el peso que a veces tratamos de levantar con impulso colosal, podría ser compartido, y que tal vez en esa ocasión concreta necesitaríamos algo de apoyo y estaría bien pedirlo. Pero al mismo tiempo los lonelys hemos aprendido que los demás no están ahí para sostenernos. Que somos responsables de nosotros mismos. Que la gran mayoría de las ocasiones que requieren de nosotros valentía y espíritu titánico estamos ahí para cumplir y cumplimos. Que si toca cambiar la funda del edredón somos a la vez los directores y ejecutores de esta empresa y que no tenemos por tanto que esperar a que alguien vuelva pronto a casa para ayudarnos, así que lo haremos en este mismo instante, salga como salga. Que es cierto que hay inconvenientes pero también abundan las ventajas. Y, lo fundamental, que quien traspasa el umbral y se cuela en nuestra cama lo hace para abrazarnos y envolvernos con su calor entre las sábanas, no porque necesitamos que nos ayude a cambiarlas. Aunque eso también lo haga y, claro, nos encante.

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